miércoles, 9 de marzo de 2016

El paramilitarismo no pudo con Arauca


Artículo publicado en la Edición impresa 114 (Febrero - marzo 2016) de Periferia Prensa Alternativa

 Por Trochando Sin Fronteras


Marcha de la memoria.  Foto:Trochando Sin Fronteras
El departamento de Arauca, y especialmente la zona del piedemonte, ha sido escenario de conflictos sociales y también uno de los lugares en el que el conflicto armado se desarrolla con más vehemencia.

Varios tipos de violencia se implementaron allí contra sus habitantes, incluida la estrategia paramilitar. Esa forma de terrorismo de Estado tuvo un particular desarrollo a finales de la década del 90 y hasta el 2006. Es sabido que el paramilitarismo se configuró como un mecanismo para encubrir las acciones estatales con presuntas estructuras ilegales, a fin de evadir la responsabilidad del Estado frente a la comisión de crímenes de lesa humanidad.

En Arauca, la estrategia paramilitar significó una vorágine de violencia que fue agenciada por las entidades estatales y privadas, de la cual se beneficiaron principalmente las empresas transnacionales OXY y Repsol, pero también funcionarios públicos, contratistas, terratenientes y empresarios locales.

Así, se asesinó, torturó, desapareció, constriñó, amenazó y desplazó a gente del común, dirigentes políticos y sociales, comerciantes, ganaderos, transportadores y algunos servidores públicos. Obviamente esa violencia se hizo más recia contra quienes históricamente enarbolaron las banderas del pueblo organizado, sus líderes y principales proyectos comunitarios.

En Arauca, la capital del departamento, por ser el centro administrativo, contar con mayor concentración de fuerza pública y grandes propietarios de tierra, se fijó una de las bases del paramilitarismo. Esto significó un sinnúmero de asesinatos dentro y fuera del casco urbano, entre los cuales se recuerda aún el de periodistas como Efraín Varela. Parecido fue el caso de Tame, por ser ésta la puerta de entrada de las estructuras paramilitares provenientes del Casanare. Durante esa aciaga época, este se convirtió en el municipio con la tasa más alta de homicidios en Colombia.

En Saravena, fue un poco diferente. Debido al fuerte tejido social presente en el lugar, el Estado optó por otra forma, consistente en la importación de sujetos que andaban siempre vestidos de civil, pero armados, y permanecían la mayor parte del tiempo en el cordón de seguridad custodiado por la Policía Nacional, de donde sólo salían a cometer los homicidios y luego regresaban con total tranquilidad a su guarida. A ellos se les llamó 'los encapuchados', pues así, salían en las noches a asesinar pobladores, dado que algunos de ellos eran agentes activos de la fuerza pública y buscaban el anonimato.

Los homicidios nocturnos eran la continuación de una tarea diurna que efectuaba la Policía Nacional (de uniforme), cuando  detenía a las personas, las individualizaba, les tomaba fotografías y luego se usaba esa información para que los sicarios actuaran.

Dentro de las principales víctimas del paramilitarismo en Saravena se cuentan los trabajadores de la Empresa Comunitaria de Acueducto, Alcantarillado y Aseo de Saravena ECAAAS-ESP, proyecto que siempre ha sido objeto de ataques legales e ilegales por parte del estado colombiano.

Al igual que en el resto del país, en Arauca el paramilitarismo se usó para atacar a la población civil y no a la insurgencia. Pero, a diferencia de lo que lamentablemente sucedió en otras regiones, en Arauca el proyecto paramilitar no cuajó. Una combinación de denuncia, valentía y resistencia por parte del pueblo organizado logró repeler tan nefasta forma de defender los intereses de los poder
osos.

Marcha de la memoria.  Foto:Trochando Sin Fronteras
Hubo muertos, familias destruidas, niños huérfanos, y mujeres viudas, pero la gran mayoría de la población, con el incondicional acompañamiento de las organizaciones sociales, decidió no doblegarse ante tan aberrante forma de hacer la guerra. Decidieron quedarse en el territorio, defender sus barrios, sus cooperativas, sus empresas comunitarias, así tuvieran que ver caer a sus compañeros, amigos y vecinos; decidieron denunciar los hechos, sus responsables y beneficiarios; decidieron afrontar una muerte segura a cambio de mantener su dignidad.

Se hicieron marchas, foros, cabildos; se rememoró esa historia de más de 4 décadas de organización y movilización social  que tiene la región del Sarare y con esas herramientas los araucanos lograron conjurar una de tantas formas de represión que ha soportado el pueblo colombiano.

El movimiento social de la región contó con el acompañamiento de organizaciones del orden nacional e internacional, se efectuaron diversas misiones de verificación e informes detallados de los hechos. Así, se hicieron exigencias concretas a los órganos de justicia y control del Estado, lo que los obligó a desmantelar algunas de esas estructuras ilegales. También se abrieron procesos penales contra unos pocos servidores estatales implicados en los crímenes, por ejemplo las investigaciones contra los capitanes David Suaza Móvil y Guido Sánchez, de la policía nacional, quienes coordinaban con los sicarios durante el segundo semestre de 2003.

Se logró vincular al entonces comandante del Grupo Mecanizado Revéiz Pizarro del Ejército Nacional con sede en Saravena, el capitán Medina, y resultaron condenados el ex gobernador de Arauca Julio Acosta y el ex alcalde de Tame Alfredo Guzmán Tafur, mandatarios para la época de los hechos.

No puede omitirse que también la insurgencia combatió al paramilitarismo, al cerrar el paso a su expresión de estructuras militares uniformadas y armadas que provenían en grandes contingentes desde el Casanare, y que pretendieron consolidar bases en algunas de las fincas ganaderas de esa región para efectuar control en las zonas rurales de Tame y Arauca.

Lo cierto es que luego de cientos de muertos, desaparecidos y desplazados, el paramilitarismo no logró imponer en Arauca su manto de horror y muerte, y las organizaciones sociales, comunitarias y populares han podido continuar con su lucha por la defensa de la vida digna y la permanencia en el territorio.


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